Frente
a nosotros estaba a punto de desencadenarse una tormenta. Antes que
nos diéramos cuenta el cielo se cubrió de nubes. Los truenos se
oían cada vez mas cerca , el viento empezaba a soplar con fuerza.
Rápidamente
bajamos hacia un pequeño refugio de pastores que habíamos visto en
la subida. Bajábamos con cuidado por miedo a resbalar, pero con
ligereza puesto que ya caían las primeras gotas. Y como temíamos se
puso a llover y llegamos empapados al pequeño refugio de piedra.
Nos
miramos unos a otros...y nos echamos a reír de la pinta que
llevábamos. Entre la cara de susto, los pelos por la cara, la ropa
medio mojada...jajaja. Dábamos lástima.
El
pequeño refugio tenia el techo medio destrozado, así que utilicé
la capa impermeable que llevo siempre encima y mejoramos nuestro
refugio. Fuera no paraba de llover, llovía tanto que la senda por
donde habíamos caminado parecía un pequeño riachuelo. Así que no
nos quemaba otra que esperar.
Aprovechamos
ese tiempo para comer y beber, secarnos un poco y calcular que tiempo
nos quedaba hasta nuestra casa. Temíamos que se nos hiciera de noche
antes de que acabara la tormenta.
Por
suerte al poco de acabar de comer paro de llover. Incluso las nubes
se apartaron y vimos como el sol empezaba a caer. Sin perder tiempo
nos pusimos en marcha.
El camino de vuelta se hizo mas liviano de lo que pensábamos. El ambiente estaba mas fresco, el bosque olía diferente tras la lluvia, no parábamos de oír pájaros, incluso vimos un corzo, algo que pocas veces sucede.
Llegamos
a la “civilización” casi de noche. Y aunque no veíamos
perfectamente el camino, encendí la pequeña luz que llevo conmigo,
no tanto para ver...sino para ser visto.
En
casa por fin, con ganas de darnos una buena ducha, cenar y comentar
la aventura con los niños.