Cuando comencé a trabajar con alumnos/as de 1º de Primaria, aprecié rápidamente que la ortografía les suponía una enorme dificultad. En pleno proceso de aprendizaje lecto-escritor, cuando ya parece que le van cogiendo el “ truquillo”, la “m” con la “a” “ma”… resulta que la “z” con la “a” es “za”, pero para escribir el sonido “ce” tenemos que usar la “c” “de media luna”, como le llamamos, creo inconscientemente, es la primera incongruencia con la que se encuentran, y que vendrá seguida muy de cerca de la caprichosa ortografía de los sonidos ga, go, gu, gue, gui, güe, güi o ca, que, qui, co, cu.
Estos casos están englobados dentro de lo que los docentes llamamos “ortografía natural” y no sé por qué usamos este nombre ya que de natural no tiene nada, más bien todo lo contrario.
En líneas generales: ni la ortografía natural ni el resto de reglas con las que tienen que enfrentarse inmediatamente, tienen nada de lógico (delante de “p” y “b” se escribe “m” y no “n”, aunque en rosa la “r” tenga sonido fuerte se escribe una sola “r”…). La ortografía es así porque sí, no tiene una explicación coherente para los mayores, cuanto menos para los pequeños.
A lo dicho. Tenemos que unir una realidad patente desde hace tiempo en nuestras aulas, y es que el umbral de atención de nuestro alumnado está cambiando. Cada vez supone más esfuerzo concentrar su atención. Esto es debido a que fuera de clase están sometidos a estímulos audiovisuales muy intensos: dibujos animados con una velocidad de imágenes infinitamente más rápida de la que tenían los dibujos de “nuestra época”, juegos de ordenador, de videoconsolas…y algunos aparatos o “maquinitas” más, de los que no sé ni sus nombres, y a los que tienen acceso cada vez a edades más tempranas.
Todo esto supone una “competencia desleal” frente a los estímulos que les podemos proporcionar los maestros/as a la hora de enseñarles ortografía. Una letra fija en un papel o en la pizarra difícilmente les hará mella.
Ante esto, los maestros/as podemos permanecer impasibles, quejarnos o hacer algo. Las TIC han llegado a los centros y se han convertido en aliados, pero en los primeros cursos su uso no es generalizado. Así que, por qué no echar mano de un recurso presente en la vida del niño/a, tanto fuera como dentro del aula, adecuado a su edad y cuyo resultado como vehículo de aprendizaje está demostrado: EL CUENTO.
Hace ahora unos siete años que comencé a escribir cuentos para que mis alumnos/as aprendieran ortografía. Primero para la ortografía natural y después, vistos los resultados, para el resto de reglas que constituyen unos cimientos ortográficos necesarios. Después de aplicarlos en mis sucesivas clases con unos resultados estupendos, se han publicado.
Me alegra que este recurso esté al alcance de otros maestros/as y, por ende, que no sólo mis alumnos/as se puedan beneficiar de ellos y entender la ortografía. Porque, gracias a brujas, magos, ogros, gnomos, dragones… y las situaciones que con ellos se crean, las reglas ortográficas tienen una explicación lógica, coherente y entendible. Por experiencia sabemos que los conocimientos que se entienden se recordarán y se aplicarán sin problemas. Aquellos que no, correrán peor suerte.
María Valenzuela Góngora
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