En pleno dominio de las tecnologías digitales, escribir a mano parece algo trasnochado y poco útil, pero este planteamiento no es del todo acertado.
La caligrafía es algo más que un arte o técnica que intenta escribir bello. Frente a la rápidas y violentas pulsaciones sobre un teclado aparece la pausa del trazo que susurra letra a letra.
Estas líneas no intentan sustituir el uso del teclado, sino recuperar la caligrafía manual como un instrumento fundamental para el aprendizaje y la comunicación.
Ejercitar la caligrafía no responde a un planteamiento puramente estético, sino fundamentalmente práctico: si un texto no se lee con facilidad no se comprende. Es algo tan obvio, que sorprende ver a niños/as que no comprenden su propia letra.
Escribir un texto manualmente ejercita muchos procesos cognitivos. Mejora considerablemente la composición y elaboración de ideas. Aumenta el vocabulario. Permite comprender la ortografía. Contribuye a desarrollar las destrezas psicomotrices y fomenta la reflexión.
Una buena letra no sólo mejora el rendimiento escolar, también mejora la autoestima. Una letra legible y fluida mejora la expresión escrita, facilita el estudio y la comprensión de los textos a interpretar.
Escribir nos obliga a ser metódicos y ordenados. Nos invita a sentarnos, a tomarnos un tiempo y a ser valientes para empezar a llenar ese espacio en blanco.
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